El dardo en la palabra by Fernando Lázaro Carreter

El dardo en la palabra by Fernando Lázaro Carreter

autor:Fernando Lázaro Carreter [Lázaro Carreter, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T05:00:00+00:00


Penalties

Hay dos maneras seguras de llamar la atención: haciendo las cosas mejor que el común o realizándolas de modo extravagante. No hay duda de que esta última es más fácil. Se admira a Gaudí, pero no se olvida al arquitecto que te mete un rascacielos en el ojo cuando contemplas un paisaje donde no debía estar. En cualquier caso, no carece de mérito el inventor de una rareza. Ya no lo tienen sus secuaces. Bien conocida es la sentencia que otorga el dictado de poeta al primero que comparó con una rosa a su amada, y el de imbécil al segundo.

No resultan hondas estas reflexiones, sino de arroyuelo; pero son las únicas que me autoriza el estío, que hace de Madrid caldera. Aún se me ocurre otra: ¿no es inmensa la grey de los que si oyen «flor» repiten «flor»? Y eso, se mire adonde se mire. Por ejemplo, a las retransmisiones deportivas de los audiovisuales. (Doy una pista para sospechar que ando todavía bajo los influjos idiomáticos del Mundial).

Verán: hace años, a un ansioso de notoriedad se le ocurrió ponerse un penacho idiomático de fabricación yanqui: renunció a la útil y sensata distinción hispana entre entrenar (oficio del entrenador) y entrenarse (práctica diaria del equipo o del deportista, que son entrenados), y, conforme al to train inglés, hizo que entrenar significara ambas cosas. ¿Dónde ocurrió la reducción anglicista? Tal vez en la América hispana; pero, dado el prestigio de los locutores ultramarinos (¡gooooool! ¡gol, gol, gol, gol…!, ¡gooooool!), la novedad prendió en el solar del idioma con la pujanza del jaramago en las ruinas de un castillo. Llegó pronto otra ablación del enclítico en calentar, «hacer ejercicios, antes de incorporarse al juego, para entrar en calor». Fue precedida tal mutilación de una fase en que los deportistas hacían «ejercicios de precalentamiento»; los cuales acabaron siendo «de calentamiento» a secas. Se forjó, por fin, el intransitivo calentar (¿qué es lo que calientan?), evitando calentarse, que el sentido común castellano exige (y el francés: s’échauffer), y adoptando servilmente el modelo inglés to warm up. Quizá sugiere calentarse prácticas poco convenientes para entrar en juegos estrictamente deportivos, pero no tanto que justifiquen tan cruenta amputación.

La última castración del -se que he observado en el lenguaje de los estadios la ha sufrido clasificarse. Los nuncios y paraninfos mundialistas, tras las primeras victorias de nuestros orlandos (a lo furioso aludo), empezaron a especular (porque ellos también especulan, en vez de conjeturar o hacer cábalas) acerca de las grandes posibilidades del equipo español para clasificar. Y, claro, no pudo, pues en el -se reside la esencia, presencia y potencia de la acción de clasificarse. Inmensa responsabilidad la de estos capadores de vocablos.

¿Qué es lo que permite tan instantáneos y extensos contagios? Porque cualquier disparate se propaga con la velocidad de la luz. ¿Cuánta es la fuerza que mueve a tantos —y no sólo en los medios deportivos— a proclamarse grey? He aquí otra mínima y significativa muestra: era normal hasta hace poco aludir al «tiempo reglamentario».



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